martes, 19 de noviembre de 2013

Arte en cualquier parte - la pastelera de Grenoble y un horno con tiritas

De todos los ilustres participantes de este blog, probablemente yo soy el que peor lleva eso del arte, la creatividad y el talento. He vivido siempre rodeado de amigos y familiares muy dotados para las artes, en concreto para la música, y mi incapacidad para poder sacar nada bello de un instrumento o un trozo de papel, y los patéticos resultados de mis intentos de moverme al son de una canción me han traído varios sobrenombres poco agradables, como "bailarín epiléptico", "discapacitado musical" o "eduardo manos-tijeras".

Soy como Fry con su Holophonor.


Precisamente por eso, el talento de la gente es algo que despierta en mí una profunda admiración. No es un interés intelectual profundo: no me considero un melómano o un aficionado de la danza ni mucho menos. Es más, me aburre llegado a cierto punto, y mi escasez de vocación y conocimiento hace que no sepa apreciar en su justa medida grandes (o pequeñas) obras de arte. Lo que me sucede es más un embobamiento temporal de los sentidos. Un estado de gozosa hipnosis me posee cuando una persona que sabe lo que hace se pone manos a la obra frente a mí. Empecé a darme cuenta cuando a veces veía un partido de fútbol (cosa rarísima en mí, pues en líneas generales detesto el mundo del deporte profesional y con más ganas el futbolero) y veía a grandes y no tan grandes jugadores haciendo maravillas físicas. Poco a poco me fui dando cuenta que el ver en acción a alguien diestro en su trabajo automáticamente me embelesa, aunque la actividad en sí no me interese. Claro ejemplo es el fútbol y otros deportes, pero también el ballet: es curioso, porque disfruto más viendo bailarinas practicar que en el escenario. Otros casos son la cocina, la artesanía y por supuesto la música. Todos esos movimientos cobran un sentido que trasciende al individuo y su intención, van más allá de su control y parece que es la acción, la moción, el trayecto hacia el inevitablemente perfecto resultado lo que posee a la persona, que no es sino ya un simple medio, un avatar de algo superior a él dentro de él mismo. Todos hemos visto esa chispa, esa fracción de segundo con sentido propio en lo que nos gusta: un solo de guitarra, un mate de la NBA, nuestra abuela haciendo punto, el friki de clase dibujando (fíjate en cómo se mueve el lápiz) o una buena obra de teatro. Muriel Barbery, profesora de filosofía, lo describe muy bien en la novela "La Elegancia del Erizo", cuando el padre de la protagonista está viendo un partido de rugby. El lugar más sorprendente donde he visto esa transformación es el último cuchitril donde vivo, y que comparto con otras 4 personas en un suburbio del norte de Londres: una de mis compañeras de piso, que ya se mudó, era una pastelera y repostera francesa, en sus veintitantos, increíblemente alegre y sonriente, y que debía pesar unos 120kg. Cuando esta muchacha se metía en la cocina a hacer sus éclaires y pastas, la gracilidad, armonía, alegría y fluidez de sus movimientos tenían poco que envidiar a los de muchos bailarines; y la alegría que rezumaba de todo: sus gestos, sus palabras, las galletas que horneaba... eran tan dulces al alma como todo el azúcar, crema y chocolate que estuviera usando en ese momento. Arte. Por desgracia para mis ojos y fortuna para mi línea, se volvió a Francia a los pocos días de llegar yo a la casa.

No he visto la película que salió en 2008. El libro estuvo bastante bien, más por las ideas que contiene que por la historia en sí.


En unos tiempos que dan un merecido nombre a este blog, en los que el arte es tan "incomprendido" que una señora de la limpieza puede cargarse una "obra" porque al autor se le olvidó explicar que un andamio con manchas de cal vale mucho más dinero cuando él lo hace que cuando lo ponen unos albañiles, o en los que los supuestos entendidos son incapaces de diferenciar un cuadro pintado por críos de tres años de cualquier otra obra. creo que es importante que recordemos que el arte, como el poder, el estilo o ser una señorita, o está o no está, si hay que explicarlo es que no está. Hay un debate hoy día acerca de que si el arte debe o no ser bonito, si debe criticar, expresar, denunciar... Yo tengo serias dudas al respecto de muchas cosas que hoy día de llaman arte, porque la estética y el talento dejan de ser necesarias para crear algo que denuncie o exprese una idea. Por un lado eso está bien, pues amplía los márgenes de la expresión y la libertad tanto artista como espectador posibilitando de paso nuevos estilos; pero por otro se abre la puerta a que nos cuelen todo tipo de mierdas de manos de lameculos subvencionados, mediocres con aires de superioridad o capullos que se creen que hacen moda. Así, sólo nos queda el criterio último para distinguir el arte de lo que no lo es: el tiempo. A saber qué se considerará un clásico de música en 100 años, o qué seguirá en los museos y libros de texto de todo el bombardeo de arte, pseudoarte, semiarte y mierda que masticamos hoy día. Hace unos años visité Barcelona, y en un pequeño parque alguien había dejado un horno lleno de tiritas. Al principio pensamos que era basura, pero una plaquita a un lado explicaba que era una obra de un afamado artista catalán, lo cual reafirmó nuestro convencimiento acerca de la naturaleza detrítica del electrodoméstico y su inapropiada atención médica. Una visitilla a internet nos confirmo que el autor es un tipo que va por ahí dejando mojones de ese calibre (últimamente le ha dado por cabezas gigantes) y cobrando dinerito fresco del erario público regional y entidades culturales de medio pelo conocidas sólo por una parte de su propia e hipertrófica junta directiva. Horno con tiritas, del tal Jaume Plensa, es todo lo que va mal en el panorama artístico de hoy. Bueno, eso y Miley Cyrus.

La gente que intenta ser famosa haciendo cosas raras no debería ser considerada artista, ya sea esta pose o un horno con tiritas.

Para cerrar esta fumada (en principio esta entrada iba a ir sobre otra cosa, pero me he venido arriba) sobre si todos tenemos arte o no, sobre si todo puede ser arte, sobre dónde está el arte y sobre quién dice qué es arte, querría ponerme un poco carca y daros una definición de arte que, si bien no sé si ha sido así enunciada, deriva directamente de nuestros "abuelos culturales" los griegos: Arte es trascender, alcanzando la Verdad a través de la Belleza. Para mí es una buena piedra de toque para saber si algo es arte. Si es bonito pero insustancial o sin mensaje no es más que un artificio. Si le falta la armonía, la capacidad de incitar sensaciones intensas "verdaderas" en el que la ve (no necesariamente agradables), entonces puede ser un gran mensaje, una denuncia, pero no es trascendente. Por último, "la Verdad" única y con mayúsculas nunca va a existir, pero algo parecido es que si a un montón de gente de la misma cultura ampliamente hablando (por ejemplo, occidentales) una obra les evoca más o menos lo mismo, o el mensaje tiene más o menos el mismo sentido, entonces vamos bien; mientras que si hay que andar explicando a cada uno qué significa tal o cual, o cada uno saca su propia interpretación que nada en absoluto tiene que ver con la de otro, algo hemos hecho mal, pues se supone que un mensaje debe ser claro. Creo que si estas condiciones se cumplen, cualquier obra acabará tarde o temprano siendo considerada arte. Y si no, la pegatina que jetas elitistas andan poniendo sobre obras que no cumplen esto acabará cayéndose tarde o temprano.

Y es que el arte puede ser intemporal, y adaptarse a los tiempos, como por ejemplo al verano, como vemos aquí.

Por supuesto, esto es una opinión humilde de alguien que disfruta del arte sin ser un experto, y espero que esto levante ampollas, que tengo ganas de discutir, ¡leñe!

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